Por: Nemesio Rodríguez Lois.

El Papa en Timor Oriental

Durante su reciente gira por Oceanía, el Papa Francisco estuvo en Timor Oriental y allí tuvo oportunidad de saludar al Padre Joao Felgueiras, un misionero portugués de 103 años de edad, quien quizás sea uno de los jesuitas más ancianos del mundo.

 

Fue allí, en el lejano Timor Oriental donde el Obispo de Roma celebró una Misa a la cual asistieron miles de feligreses.

 

Un evento muy pocas veces por Francisco ya que es notorio como cada vez son menos los fieles que se congregan en la Plaza de San Pedro para recibir la bendición papal.

 

En cambio en una isla perdida en la inmensidad del Océano Pacífico, rodeada por paganos y musulmanes, la asistencia a la Misa oficiada por el Papa fue algo nunca antes visto.

Y es que los habitantes de aquel alejado rincón del mundo tenían motivos más que suficientes para sentirse felices puesto que cuando visitaban a tan distinguido visitantes sus aplausos no los dirigían tanto al Papa Bergoglio sino más bien a lo que él representaba: El Vicario de Cristo quien, al estar entre ellos, demostraba como la Iglesia jamás se olvida de sus hijos más necesitados y que si alguna predilección tiene es precisamente por los más olvidados, lejanos y necesitados.

 

Para entender esto será preciso hacer un poco de historia.

Timor Oriental es una pequeña isla de Oceanía situada muy cerca de Australia que, a partir del siglo XVI, fue colonizada por los portugueses quienes, junto con la cultura occidental llevaron también la fe católica que allí predicaron los misioneros jesuitas.

 

Esto dio por resultado que, junto con otras lenguas nativas, el portugués sea el idioma oficial y que el catolicismo sea profesado por más del 95 por ciento de la población.

 

En 1975 Timor Oriental se independizó de Portugal pero poco le duró el gusto ya que ese mismo año fue invadido por Indonesia.

 

A partir de entonces los indonesios (musulmanes en su gran mayoría) desataron una terrible represión contra los timorenses que, como antes dijimos, son católicos.

 

Se calcula que más de doscientos mil timorenses fueron asesinados por las tropas invasoras.

 

Un clima de terror en el cual los timorenses padecieron hambrunas y epidemias mortales a la vez que veían como sus mujeres eran esterilizadas por los indonesios quienes –a toda costa- deseaban reducir la población originaria.

 

Fueron de tal magnitud las protestas internacionales que los indonesios se vieron obligados a permitir que se celebrase un referéndum en agosto de 1999.

 

Referéndum en el cual los indonesios se pronunciaron por la independencia exigiendo la retirada de las tropas invasoras.

 

Fue tal la ira de los indonesios que la brutal represión que desataron alcanzó cifras dantescas en las cuales –aparte de ver como familias enteras eran masacradas- los timorenses fueron desterrados de su propia patria para refugiarse ¡Vaya tragedia! En campos de concentración situados en territorio de Indonesia.

 

Tan terrible pesadilla duró varios años hasta que el 20 de mayo de 2002 se proclamó la independencia.

 

Timor Oriental consiguió el status de país libre y soberano, pero bajo la supervisión de la ONU.

 

Toda esta tragedia sufrida por un pueblo católico en el cual no hubo familia que –aparte de perder sus bienes- perdiera también un hermano, un hijo, un padre o un familiar muy querido hace que entendamos mejor lo que ocurrió hace días.

 

Y es que aquel pueblo hermano nuestro en la fe católica, debido tanto a la lejanía como a que las grandes potencias se encogiesen de hombros, se sentían literalmente dejados de la mano de Dios.

 

Únicamente los misioneros católicos se acordaban de darles medicinas, ropa, alimentos y toda clase de apoyo.

La pesadilla ha terminado. En Timor Oriental es otro el ambiente que se respira.

 

Y dentro del nuevo ambiente el hecho de que el Vicario de Cristo acudiese a visitarlos significa para ellos un incalculable apoyo moral pues comprenden que no están solos ya que les apoya nada menos que el representante de Dios en la tierra.

 

Anecdótico el encuentro del Papa con un centenario misionero portugués que ha entregado su vida en aquellas olvidadas latitudes.

 

Sin embargo, más que anecdótico, es el fervor y alivio con que miles de timorenses recibieron a quien con su presencia demostró cómo la Iglesia jamás se ha olvidado de ellos.

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