Por: Nemesio Rodríguez Lois.

El Medio Milenio de los Doce Frailes

En un lugar de honor de la catedral de Tlaxcala se encuentra una antigua pila bautismal que es todo un referente para el catolicismo mexicano.

 

Y si decimos esto es porque una extensa placa colocada en la pared explica la importancia de dicha pila.

 

Ocurrió que en el año de 1520 en dicha pila fueron bautizados los cuatro senadores de la antigua república de Tlaxcala: Maxiscatzin que recibió el nombre de Lorenzo; Xicoténcatl el de Vicente; Tlahuexolotzin el de Gonzalo y Citlalpopocatl el de Bartolomé.

 

El cura que los bautizó fue el Padre Juan Díaz, capellán del ejército conquistador, y quien el 6 de mayo de 1518 había oficiado en Cozumel la primera Misa en tierras mexicanas.

 

Padrinos de los nuevos cristianos fueron Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Andrés de Tapia, Gonzalo de Sandoval y Cristóbal de Olid. Nada menos que la flor y nata de los conquistadores españoles.

 

Pocos meses después, gracias a la ayuda de dichos caciques que eran ya cristianos, Hernán Cortés sometía a la Gran Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521.

 

Una conquista que liberó a multitudes de infelices que gemían por el terror que les producía saber que les podrían arrancar el corazón ante el feroz Huitzilopochtli.

 

Una conquista que fue el punto de partida de un mestizaje que dio nacimiento a un nuevo pueblo que es el actual pueblo mexicano.

 

Poco tiempo después, deseando consolidar la conquista material por medio de una conquista espiritual, Cortés le pidió al Emperador Carlos V que enviase misioneros a estas tierras.

 

Carlos V accede a la petición y es así como en el convento franciscano de Belvis de Monroy (Extremadura) se leyó la cédula por la cual se ordenaba la partida de los misioneros.

Quien hoy visite el templo franciscano de San Juan Bautista en Coyoacán, podrá observar bellas pinturas que dan testimonio de la vida de San Francisco de Asís, así como de la presencia de los franciscanos en México.

 

Mirando hacia el altar, arriba a la derecha, podrán admirarse las pinturas en que los frailes arrodillados reciben, en Belvis de Monroy la orden de partida dada por el Papa, el momento en que inician su viaje a la Nueva España, la predicación de fray Martín de la Coruña ante el Caltzonzin en Michoacán y –como espléndido remate- el momento en que San Juan Diego extiende el ayate con la Guadalupana pintada ante el obispo franciscano Juan de Zumárraga.

 

Pues bien, en este 2024, concretamente el 13 de mayo, se cumplen quinientos años, Medio Milenio de que aquellos doce frailes pisaran tierra mexicana en San Juan de Ulúa (Veracruz)

 

Un momento de gran trascendencia para la historia de la Iglesia en México ya que, a partir de entonces, se inició la Evangelización de un modo sistemático.

 

Un momento de gran trascendencia al cual siguió otro cargado de emotividad que –si fuera posible viajar en el Túnel del Tiempo- nos hubiera gustado presenciar.

 

Nos referimos al sagrado momento en que Hernán Cortés recibe de rodillas a los santos misioneros, acción que constituyó una piadosa lección para los indígenas que allí estaban presentes y que fueron pronto bautizados.

 

La llegada de aquellos doce santos dio frutos al ciento por uno puesto que, antes de concluir el siglo XVII, los franciscanos tenían en México 130 conventos y más de 700 religiosos.

 

Medio milenio de presencia franciscana en México. Un acontecimiento digno de ser celebrado por todo lo alto.

Una presencia franciscana que le ha dado a México grandes personajes como nuestro protomártir San Felipe de Jesús, el beato Sebastián de Aparicio y el Venerable fray Antonio Margil de Jesús.

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