El fin de semana político se agitó con un rumor que parecía confirmar lo que ya se sospechaba: Beatriz Gutiérrez Müller había solicitado la ciudadanía española y se mudaba a una de las zonas más exclusivas de Madrid. La narrativa encajaba con el guion de la oposición: la ex no primera dama —como ella insiste en llamarse— “perdonaba” a España y huía de un país que su esposo, Andrés Manuel López Obrador, dejó sumido en la polarización.
Sin embargo, apenas unas horas después, la propia Gutiérrez Müller desmintió desde su cuenta verificada de X. Calificó la información como calumniosa, acusó a la “mafia del poder mediático” y reivindicó su papel de académica e investigadora en México. El desmentido llegó acompañado de una carta emocional, en la que defendió a su hijo Jesús Ernesto —popularmente conocido como el “chocoflan”— y reafirmó su lealtad a AMLO.
El episodio, más allá del chisme político, evidencia dos cosas:
1. Que sí existió un acercamiento a la nacionalidad española —el propio ABC, un medio serio, no se arriesgaría a una nota de ese calibre sin bases—.
2. Que el gobierno mide con lupa el costo político de cada paso. Tal vez Gutiérrez Müller midió que el exilio dorado era demasiado caro en términos de imagen.
Pero el asunto no se queda ahí. Este caso exhibe de nuevo la contradicción central del lopezobradorismo: pregonar austeridad y nacionalismo mientras sus figuras más visibles buscan comodidad y prestigio en el extranjero. No es distinto a los viajes y lujos de Andy López Beltrán, ni a las cenas de 47 mil pesos pagados en hoteles de Japón. El discurso de “vivir en la justa medianía” choca con la realidad de una élite política que no pisa escuelas del bienestar ni hospitales públicos.
En paralelo, otra figura polémica agitó las aguas: Layda Sansores, la gobernadora de Campeche, quien afirmó que “ser mujer, ser pobre y ser indígena es lo peor que puede pasar”. La frase, por más que busque matices, es una cachetada a miles de mexicanas que viven esas condiciones. Contradicción pura: Morena presume haber sacado a millones de la pobreza, pero admite —desde la voz de una de sus gobernadoras— que sigue siendo una tragedia estructural.
Y como si fuera poco, la geopolítica regresó a recordarnos nuestra fragilidad. Estados Unidos ya no disimula: drones sobrevolando territorios dominados por el crimen organizado, recompensas millonarias contra capos como Archivaldo Guzmán, e incluso portaaviones frente a nuestras costas. El discurso de soberanía choca con la realidad: México está sometido a la dinámica de Washington, guste o no.
En suma, lo que nos dejan estos episodios es la palabra clave de este sexenio: contradicción.
Contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, entre la retórica de justicia y la práctica de los privilegios, entre el grito de soberanía y la obediencia silenciosa.
El lopezobradorismo, hoy en manos de Claudia Sheinbaum, tendrá que aprender que los discursos ya no bastan. La realidad —ya sea en forma de notas extranjeras, de declaraciones torpes o de portaaviones gringos— siempre termina imponiéndose.
EL DATILLO
Es poco común que existan intelectuales católicos que se involucren en el ámbito de la política y que sus aportaciones hayan trascendido en la historia, y más raro aún que se les reconozca en vida.
Nacido en Italia, jurista y filósofo, el Dr. Rocco Buttiglione cuyo trabajo académico e intelectual se ha centrado particularmente en la doctrina social cristiana, la filosofía del trabajo humano, la teología del pueblo y la cultura, así como en la defensa de la dignidad de la persona y la familia como pilares fundamentales de la sociedad, fue distinguido con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla – UPAEP.
“En vida hermano, en vida”, diría Ana María Rabatté.