Manipular la causa de los pobres es una perversión política que requiere corrección.
El domingo 20 de octubre fue asesinado el Padre Marcelo Pérez, indígena tzotzil, de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas. Dos días después, fallecía en Lima, Perú, Gustavo Gutiérrez, padre de la “teología de la liberación”. No deseo hacer una vinculación artificiosa entre ambos personajes. Simplemente apunto que el primero, fue mi alumno en un curso intensivo de doctrina social de la Iglesia en 2019. El segundo, fue un sabio teólogo con quien pude conversar en algunas ocasiones y quien me ayudó, a través de sus libros, a ver más allá de las ideologías propias de la guerra fría.
Ha pasado ya la época de quienes interpretaban el compromiso cristiano por los más pobres, como “filo-marxismo” o como “cato-comunismo”. Salvo en pequeños reductos radicalizados, normalmente intoxicados por la “teología de la prosperidad” o por “teorías de la conspiración”, ya no existen ambientes que descalifiquen simplonamente la obra del Padre Gutiérrez o la actividad pastoral de la Diócesis de San Cristóbal.
Por eso, hoy nos podemos hacer una pregunta al margen de las ideologías: “¿Qué lecciones podemos aprender luego de estos decesos?” Tal vez una lección importante es que la fuerza histórica de los pobres en América Latina no procede de un plan estratégico, de una organización popular, o de un respaldo político. Los más pobres y marginados son fuerza principalmente por su sentido de fe, por su singular fraternidad en momentos de prueba, por su valor al luchar comunitariamente. En otras palabras, los más pobres construyen, muchas veces con su sangre, la presencia de un Reino diverso al del poder del dinero. Un Reino en el que la pequeñez, el dolor y la exclusión, - no la “grandeza” -, es el medio que Dios utiliza para actuar en medio de la Historia.
¡Qué diferente es esto respecto del neopopulismo! El neopopulista se llena la boca de discurso pauperista sobre los trabajadores, los migrantes o los indígenas, sin embargo, se le nota que no vibra con las esperanzas, con los sueños, con la fe de los últimos de la Historia. Habla de pobres, pero se percibe que sólo los usa para sus fines de autopromoción y de vanidad. Proclama a los pobres al dar estadísticas, pero no empatiza porque jamás ha compartido el pan con ellos. En el fondo, el neopopulista es un pequeño-burgués que ha encontrado un nicho para el “social-climbing”, por medio de un pseudo-compromiso popular. Cuida las apariencias, pero sirve a los más bajos intereses del poder.
Quien comienza a vivir la opción preferencial por los pobres, tal vez no es buen orador, ni tiene estudios de postgrado, pero aprende a admirar la fe del pueblo sencillo y la pide para sí en lo secreto de la oración. Quien ha dejado que los pobres “irrumpan” en su escenario existencial, no puede dejar de llorar y ser solidario cuando sus hermanos sufren. No se burla ni rehúye de la religiosidad popular, al contrario, se nutre de ella.
El neopopulismo instrumentaliza a los pobres, sacrifica a los pobres, se enriquece con los pobres. Por eso es una perversión política, social y humana que es preciso combatir. El neopopulismo es corrupto y corruptor. Siembra suspicacias y enconos. Erosiona la amistad personal y social. Polariza y fractura, en lugar de afirmar con valentía que otra forma de convivencia social es posible.
Los pobres no merecen esto. Merecen a hombres que dan la vida por ellos.