Tal y como lo anticipamos en este mismo espacio hace algunos días, en Venezuela se llevó a cabo un fraude electoral que, por su cinismo y dimensiones, bien puede ser calificado de mega fraude.

 

Según el resultado que presentan el dictador Nicolás Maduro y sus allegados, el presidente ganó por más del 51% de los votos y el opositor Edmundo González Urrutia obtuvo tan solo el 44%.

 

Más de cinco millones apoyaron a Maduro frente a casi cuatro millones y medio que votaron por González Urrutia.

Considerando que se les impidió votar a los ocho millones de venezolanos que se encuentran fuera del país, esos votos es casi seguro que hubieran sido para González Urrutia quien de ese modo superaría la cantidad de doce millones de votos.

 

Asimismo, se dieron una serie de irregularidades que ponen en entredicho la validez de la elección.

 

Una elección de estado. Un acto arbitrario que se impuso sobre la gran mayoría de los venezolanos.

 

Y esto no solamente lo decimos nosotros, sino que también lo dicen dos militantes de la izquierda continental como son el presidente brasileño Lula da Silva y el presidente chileno Gabriel Boric.

 

Quien ha jugado un papel decisivo en estos comicios ha sido María Corina Machado, quien por ser tan popular provocó los celos de Maduro quien decidió inhabilitarla.

 

Total que, en estos momentos, el fraude cometido por Maduro tan sólo es apoyado por China, Cuba, Corea del Norte y Nicaragua.

 

Aquí se impone una reflexión.

 

Aunque sea difícil de creer, Nicolás Maduro no las tiene todas consigo puesto que el miedo lo domina haciéndoles capaz de cometer las peores locuras.

 

En estos momentos, Maduro no es un burgués de la alta nobleza disfrutando de un lujoso castillo medieval, sino más bien un prisionero encerrado en el Palacio de Miraflores.

 

Maduro sabe mejor que nadie que en el momento en que deje el poder será un hombre débil que puede ser víctima de cualquier atentado como lo fue el dictador nicaragüense Anastasio Somoza quien fue asesinado en Paraguay en 1980, un año después de haber sido derrocado.

 

Nicolás Maduro y cómplices que le rodean tienen miedo de que les pueda ocurrir lo mismo una vez que se restablezca la democracia en Venezuela.

 

Eso explica que se aferren al poder con uñas y dientes y que su mirada sea la mirada torva, aterrada y huidiza propia de quienes tienen cuentas pendientes con la justicia.

 

Y es que muchos de ellos –Maduro incluido- están acusados de corrupción y violación de los derechos humanos; dejar el poder podría significar no solamente la cárcel, sino también la confiscación de sus propiedades y cuentas bancarias en Venezuela y en el extranjero.

 

Esa es la razón por la cual consideramos que –antes de que Maduro empiece a matar a tontas y a locas- se imponga una solución negociada.

 

Una solución negociada que consistiría en darle una salida honorable al dictador.

 

Una salida honorable como podría serlo que –a cambio de que entregue pacíficamente el poder- tanto a él como a sus principales cómplices se les garantice que no irán a la cárcel, que no se les quitarán sus propiedades y que tampoco les confiscarán sus cuentas bancarias.

 

Dentro de lo mismo –aparte de darle una buena cantidad de dinero- habría que garantizarle al dictador saliente una cómoda residencia en algún país lejano como pudieran serlo Australia o Canadá. Una residencia en la cual elementos militares los protegerían de cualquier posible atentado.

 

Reconocemos que suena injusto e incluso repugnante que se le den dinero y garantías a un delincuente confeso.

 

Sin embargo, esa es la única salida que puede impedir que Maduro reaccione como un gato acorralado.

 

¿Acaso no suele el propietario de una vivienda darle dinero a un inquilino molesto que –una vez expirado el contrato de arrendamiento- se niega a desalojar la vivienda?

 

Viendo como las cosas se ponen cada vez peor en Venezuela, consideramos que una solución negociada es la única que puede evitar males mucho mayores.

 

Esperemos que la cordura se imponga por ambas parte y que los encargados de llevar a cabo la negociación actúen con la debida prudencia.

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