Si en la política mexicana hay un ejemplo de pragmatismo sin pudor, ese es el Partido Verde Ecologista de México (PVEM). Desde su origen en los años ochenta, cuando Jorge González Torres descubrió que el discurso ambiental podía convertirse en negocio político, el Verde ha transitado de ser un proyecto marginal a convertirse en un partido bisagra que se acomoda según las circunstancias.
De activistas a “sandías”
El PVEM debutó en 1994 con González Torres como candidato presidencial, apenas alcanzando el 0.93% de la votación. Pero tres años después, con la frase mercadotécnica “No votes por político, vota por un ecologista”, logró su primera bancada relevante en el Congreso. Su verdadero salto ocurrió en el año 2000, al sumarse al PAN y Vicente Fox en la llamada “Alianza por el Cambio”. Poco duró la luna de miel: al año siguiente rompieron con Acción Nacional y sellaron una alianza con el PRI que se mantuvo durante 17 años.
De esa época surgió el mote de los “diputados sandía”: verdes por fuera, pero rojos por dentro. El Verde era el vehículo del PRI para reciclar cuadros y mantener espacios de poder.
El control del “Niño Verde”
Desde el 2000, Jorge Emilio González Martínez, mejor conocido como el “Niño Verde”, tomó las riendas del partido. Nieto de Emilio Martínez Manautou —exgobernador de Tamaulipas y figura del viejo priismo—, heredó no solo el nombre sino el olfato político para convertir al PVEM en una empresa familiar y un trampolín para jóvenes privilegiados de apellido rimbombante. De ahí emergieron personajes como Arturo Escobar, Carlos Puente y Manuel Velasco, este último convertido en gobernador de Chiapas.
El perfil era claro: políticos de élite, “whitexicans” reciclados del sistema priista que encontraron en el Verde un espacio cómodo para reproducir privilegios.
De aliados del PRI a la 4T
En 2018, el PVEM se alió con el PRI y Nueva Alianza para impulsar a José Antonio Meade. Pero apenas instalada la LXV Legislatura, se entregaron sin reservas a Morena. No solo cedieron diputados para garantizar la mayoría calificada, también cerraron filas en la alianza con el PT y Morena en 2021. Así nació otro mote: los “diputados kiwi”, morenos por fuera, verdes por dentro.
En 2024 repitieron la fórmula, apoyando la candidatura presidencial de Claudia Sheinbaum. Sin embargo, como ha ocurrido desde el 2000, no recibieron secretarías de Estado ni posiciones de alto nivel. Su papel se limita a asegurar los votos legislativos que permiten a la 4T impulsar sus reformas constitucionales. Hoy, con 62 diputados y 14 senadores, son la tercera fuerza en ambas cámaras.
Alianzas peligrosas
El Verde también ha tejido alianzas extrapartidistas cuestionables. Construyó la “telebancada” para dar espacios a Televisa y TV Azteca; incluso Ninfa Salinas, hija de Ricardo Salinas Pliego, fue senadora por este partido. En San Luis Potosí, su mancuerna con la familia Gallardo —señalada por vínculos con el crimen organizado— los llevó a conquistar la gubernatura en 2021.
Hoy, el PVEM amenaza con romper su alianza con Morena, aduciendo la reforma electoral que eliminaría plurinominales. Pero la razón de fondo es más pragmática: marcar distancia ante la creciente vinculación de la 4T con el crimen organizado, antes de que el lodo los alcance.
Conclusión
El PVEM es la encarnación del pragmatismo político mexicano: carece de ideología real, se vende al mejor postor y acomoda sus alianzas según el viento que sople. Hoy, mientras presume fuerza legislativa y amenaza con rebelarse, su verdadero interés sigue siendo el mismo de siempre: mantenerse cerca del poder, a cualquier costo.
El datillo
El senador verde Luis Melgar Bravo declaró recientemente que en Morena “hay ratas”, en alusión al exgobernador Rutilio Escandón. Más que un exabrupto, fue un mensaje político. Melgar trabajó dos décadas para Ricardo Salinas Pliego y aún guarda resentimiento por no haber sido candidato a gobernador de Chiapas en 2024. Busca revancha en 2030, quizá de la mano de una candidatura presidencial, ¿la posible independiente del “Tío Richie”?